El cáncer de ovario se posiciona como el cuarto cáncer
ginecológico más frecuente a nivel mundial, situándose después del cáncer de
mama, cervicouterino y del cuerpo del útero. En términos de mortalidad, ocupa
el tercer lugar, consolidándose como uno de los cánceres ginecológicos más
letales. En Chile, tanto la incidencia como la mortalidad ajustada por edad
reflejan las tasas sudamericanas, ubicándose en el cuarto lugar en incidencia y
tercero en mortalidad a nivel nacional.
Este tipo de cáncer es conocido por su “clínica
inespecífica”. Según los expertos, esto implica que sus síntomas suelen ser
vagos y fácilmente confundibles con otras afecciones menos graves, lo que
provoca que se diagnostique en etapas avanzadas. Algunos de ellos son
distensión abdominal o hinchazón, dolor abdominal o pélvico, dificultad para
comer o sensación de saciedad rápida, fatiga, problemas gastrointestinales y
cambios inexplicables en el peso. En este sentido, la recomendación es
realizarse con frecuencia chequeos médicos preventivos.
“A diferencia de otros tipos de cáncer, como el de mama o
cervical, actualmente no existe un programa de screening efectivo (entendido
como un proceso médico preventivo utilizado para identificar enfermedades en
sus etapas iniciales en personas que no presentan síntomas) y ampliamente
aceptado para el cáncer de ovario en la población general. Esto se debe a
varias razones: la falta de pruebas sensibles y específicas, y la naturaleza
inespecífica de los síntomas”, explicó el académico de Obstetricia de la
Universidad San Sebastián, Sergio Jara.
Los factores de riesgo para el cáncer de ovario se
agrupan en dos categorías: modificables y no modificables. Entre los factores
modificables se encuentran el tabaquismo, el uso de terapia de reemplazo
hormonal y elementos dietéticos. Los factores no modificables incluyen la
herencia, mutaciones en los genes BRCA1 y BRCA2, antecedentes familiares, el
síndrome de Lynch, ciclos de ovulación ininterrumpidos y la presencia de
endometriosis.
Considerando las variables, el docente de la facultad de
Ciencias para el Cuidado de la Salud USS, agregó que “es crucial educar sobre
los síntomas y factores de riesgo del cáncer de ovario. La mejor estrategia
sigue siendo la vigilancia de los síntomas y mantener los exámenes
ginecológicos anuales al día, especialmente para aquellas mujeres en grupos de
alto riesgo. Detectar a tiempo puede marcar una gran diferencia en el
pronóstico y tratamiento de esta enfermedad”.
Las dos pruebas que se usan con más frecuencia para
detectar el cáncer de ovario son la ecografía transvaginal (TVUS) y la prueba
de sangre CA-125, esto además del examen pélvico completo, que es el más
recomendado, ya que permite detectar otros tipos de cánceres que pueden afectar
a las mujeres.
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