Álvaro Opitz Ben-Hour. Director de Nutrición y Dietética Universidad San Sebastián sede De la Patagonia.

Hoy en día hablar de sobrepeso y obesidad ya no se limita a un tema exclusivamente médico, sino que abarca muchas áreas de nuestra sociedad. Este efecto multicapa, que engloba el estado biopsicosocial del ser humano, ha conllevado a numerosas consecuencias que pueden abarcar desde la propia salud de la población hasta efectos en la configuración socioeconómica de la misma.

 

Los resultados del reciente Mapa Nutricional de Chile constituyen una radiografía y un llamado de atención sobre lo que ocurre con la salud de nuestros niños y adolescentes, cuyas cifras que dejan una alerta en nuestra región.

 

Sin embargo, ¿Por qué esto parece no alertar a nadie? ¿por qué los números no parecen mejorar aun cuando la información se encuentra disponible? Algunos expertos pueden reconocer el descenso de algunos indicadores en comparación con resultados anteriores, llegando a cifras prepandémicas, un efecto que tiene toda lógica si entendemos que el periodo postconfinamiento viene acompañado necesariamente de un aumento en la actividad física. No obstante, es importante no olvidar el lenguaje epidemiológico frente a una situación incómoda: no estamos bien. El 80% de los niños y adolescentes con sobrepeso y obesidad serán obesos cuando sean adultos si no se realiza una intervención clara y atingente a las necesidades de cada persona.

 

Hablar de actividad física y alimentación saludable parece ser un anticuado cliché, probablemente infravalorado por sus propios promotores al momento de traducir todo a recomendaciones y no a una intervención sustentada desde la construcción de políticas públicas que reconozcan que el sedentarismo es un evento que ya no cae únicamente en la falta de movimiento.

 

Los números son claros, un gran porcentaje de nuestra población infantil (en la región) es vulnerable en cuanto a su salud; las intervenciones más plausibles son aquellas que perduran gracias a la configuración cultural y generacional de lo que es considerado correcto y oportuno. Incluir a profesionales nutricionistas en establecimientos educacionales parece ser una estrategia cada día más necesaria. En su rol como educadores de la salud, un nutricionista en un colegio no será un actor pasivo ni mucho menos reactivo ante una situación puntual, será el motor principal en la campaña de concientización que abarca la educación alimentaria en todos los niveles, así como en la gestión y administración de fuentes alimentarias propias de cada establecimiento con el fin de intervenir no sólo a través del discurso, sino también mediante la acción directa en atmósferas tan dominantes como es el espacio académico de un niño, lugar donde pasa la mayor cantidad del tiempo semanal.

 

Pero por favor, no olvidemos el papel de la actividad física, es más influyente de lo que podemos imaginar. El trabajo aeróbico, como trotar, tiene un impacto en el aumento de la eficiencia metabólica en la utilización de grasas como fuente de energía. En otras palabras, la actividad física es el motor que adapta a nuestro organismo para utilizar recursos que nos ayuden a controlar nuestro estado nutricional.

 

Así como reconocemos la importancia de generar una conciencia alimentaria, será necesario estimular la conciencia por el movimiento; nuestro organismo, en su estado más esencial, está construido por y para el movimiento, olvidarnos de ese pequeño detalle puede significar la diferencia entre la salud y la enfermedad.