Hace 30 años, alcanzar la educación superior no era una expectativa para
familias de menores ingresos. Eso se ha transformado (con políticas como el CAE
y gratuidad) en una real posibilidad. ¿Es negativo ese proceso?
Pablo Ortúzar. En su libro, Sueños
de cartón, se refiere al CAE como “una de las políticas
públicas más destructivas de nuestra historia”. En su opinión, la masificación
universitaria ha producido una “inflación” de títulos: así como un producto pierde valor
al ser sobreabundante, los títulos universitarios también lo han perdido.
Ahora bien, los títulos no son un producto cualquiera. Es una analogía
engañosa. Ellos habilitan para ejercer ciertas actividades. Al obtener un
título, se tiene una señal de que posees capacidades relevantes. Si esa señal
es errónea —si realmente fue regalado en lugar de haberlo ganado—, entonces se
pierde la confianza en ese título como certificación. Eso toma tiempo, pero
llega.
Es cierto que la educación en general tiene problemas en la demanda y en
la oferta: existen asimetrías de información, y las decisiones equivocadas son
muy costosas, por lo largo del ciclo productivo. Pero, por eso mismo, el
sistema ha incorporado mecanismos para garantizar calidad en la formación y
antecedentes para las decisiones: La acreditación institucional por la CNA, y
el SIES, por nombrar algunas.
Tampoco es justo criticar las políticas de masificación universitaria
apelando al desajuste existente entre las habilidades y capacidades de los
egresados y el mercado laboral. Es imposible predecir esos requerimientos en un
contexto de rápidos cambios tecnológicos. Por el contrario, lo que se debe
hacer es flexibilizar los programas académicos, tal como lo hacen en Europa,
pero que, en Chile ha sido difícil de implementar debido a la cultura de
ingresar a carreras definidas desde el primer año.
La masificación universitaria ha entregado títulos reales beneficiando a
cientos de miles de personas. Ha mejorado las condiciones materiales de muchos
miles. ¿Pero, y la frustración por los
ingresos por debajo de las expectativas? Es evidente que un egresado en 2024 no
puede descansar en su título como uno de 1995, pero se equivocan al concluir
que eso significa que los títulos sean “de cartón”.
Como bien apunta Loreto Cox, es obvio que los sueldos disminuyen cuando
hay más oferta de titulados; hay más personas que el mercado puede detectar
capacitadas para ejercer esas labores. He aquí el meollo del asunto: El
incumplimiento de expectativas ancladas en el Chile de antaño, donde sólo una
pequeña élite estudiaba en la universidad, no es un defecto del sistema sino
sólo un -importante- dato de la causa. Cumplir esas expectativas implicaría
mantener un sistema donde sólo unos pocos pueden decirle al mercado “yo
también puedo hacer ese trabajo”. Hacerse cargo de la frustración -suponiendo
que exista a nivel general, y del modo en que críticos de todo el espectro
político plantean-, no implica juzgar que sería mejor que las cosas se quedaran
como antes. Hemos de trabajar para que las expectativas de los egresados sean
más realistas, pero eso no significa añorar el Chile de la educación para
pocos.
Un contrafactual es un Chile sin crecimiento de la matrícula
universitaria, donde los títulos garantizan un enorme retorno salarial, pero
sólo a unos pocos. ¿No habría también allí frustración de los más pobres? ¿no
habría sido ese escenario más opuesto a una democracia robusta? ¿habría sido
ese Chile una fuente todavía mayor de frustración para aquellos que después “de
los doce juegos” sólo les quedaba la opción de seguir pateando piedras? La
pregunta que sigue esperando respuesta es qué habrían hecho esas personas sin
entrar a la educación superior, y si tendrían mejores o peores condiciones de
vida.
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