Hace algunos años atrás, cuando realizaba mi
internado de kinesiología comprendí la importancia de la prevención en el área de la salud, puesto
que si existe precaución se pueden evitar enfermedades y accidentes, lo que nos
haría tener una mejor calidad de vida, que se refleja en un mayor bienestar
físico y emocional.
Durante el 2020, a raíz de la crisis sanitaria
del COVID-19 que nos golpeó duramente en el mundo, el refrán “prevenir es mejor
que curar” se ha internalizado en nosotros como una filosofía de vida. De
hecho, la palabra prevención ha sido la más mentada en todas las campañas mostradas
en los medios sociales para combatir el coronavirus, las que tienen por objetivo
concientizar a personas con el autocuidado. Asimismo, en dichos anuncios
publicitarios se promueve principalmente el correcto lavado de manos, la
utilización de alcohol gel, el uso de mascarillas, el distanciamiento social y los
escudos faciales.
Sin embargo, pese a todos los esfuerzos que los
organismos gubernamentales han realizado en concientizar a la ciudadanía con el
autocuidado, aún ha faltado realizar un trabajo de toma de conciencia en un
grupo de la población que es fundamental para hacer frente al COVID-19, me
refiero al personal médico. En este punto quiero profundizar particularmente en
el uso del uniforme clínico de los profesionales de la salud.
De acuerdo con mi experiencia personal, las
veces que he tenido que asistir a un supermercado por el abastecimiento de
víveres en pandemia, no me deja de llamar la atención la gran cantidad de
personas que se encuentran transitando por los pasillos con uniformes clínicos,
vestimenta que es utilizada por los profesionales de la salud, que tiene como
objetivo resguardar al personal médico al momento de atender a los pacientes
que se encuentran en condición de enfermedad. De esta manera, al no cambiarse
de ropa al terminar su jornada laboral, ellos se transforman fácilmente en un
foco de propagación distintas patologías y/o infecciones como el coronavirus,
adenovirus, virus sincicial, entre otros.
Si bien en Chile los que trabajamos en salud
conocemos claramente el código de vestimenta del personal médico, lo cierto es
que existe poca práctica de este al exterior de nuestros lugares de trabajo.
Entre mis reflexiones quizás es porque el seguimiento de este reglamento solo
depende de nuestro grado de ética y no de sanciones. Otra de las causas que
creo que influyen en no cambiarse de ropa es simplemente porque a los
funcionarios de centros de salud les gusta ser reconocidos como tales, pues el
usar ese tipo de uniforme impacta en la imagen social. Finalmente, pienso que
otra de las justificaciones a la acción de continuar con la ropa laboral, se
debe lisa y llanamente porque les da pereza colocarse su vestuario de “civil”.
En conclusión, creo que estas malas prácticas
se contradicen a lo que realmente es la prevención, y es inaceptable que
algunos profesionales no empleen indumentarias diferentes para la atención y
para transitar por las calles. Esto podría conducir a un gran riesgo no solo
para las personas que puedan tener contacto en la locomoción colectiva o en la
fila del supermercado, sino que también para sus familias.
Por María José
Loyola
Docente carrera de
Kinesiología
Universidad Santo
Tomás Osorno
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